Antonio Ruiz de Azúa Mercadal
Revue L’Ostéo4pattes. Ed. Vetosteo. Revista N°48 (A). Avril 2018. Traduit de l´espagnol par Patrick Chêne.
Introducción
A lo largo de miles de años la especie humana apenas ha experimentado cambios corporales, por lo que algunos podrían estar tentados a pensar que ha dejado de evolucionar. La ingeniería biónica puede hacernos cambiar de opinión. Gracias a las prótesis biónicas, los cirujanos están creando cyborgs (de cyb = cibernética y org = organismo), una nueva generación de seres humanos constituidos por elementos orgánicos y dispositivos artificiales inteligentes que sustituyen, o potencian, órganos y extremidades dañadas.
La inteligencia artificial, la ingeniería biónica e internet han creado un mundo donde las fronteras entre seres humanos y máquinas no están bien definidas. Una de las causas que dificultan la fusión de la inteligencia biológica y la artificial es la diferencia en la velocidad de comunicación entre los humanos y ordenadores (10 bits por segundo si se utiliza un teclado) y los ordenadores entre sí (un billón de bits por segundo). Para solucionar este desfase en la velocidad de comunicación los ingenieros biónicos están diseñando interfaces cerebro-ordenador (módems corticales) que permitirán comunicar a gran velocidad, y sin intermediarios, el cerebro con las máquinas.
La primera prótesis biónica fue un dispositivo
coclear que se implantó, en 1957, a un paciente afecto de una sordera profunda.
Consistía en un pequeño micrófono situado sobre la piel y una bobina de
inducción en el interior del cráneo que transfería las señales acústicas del
micrófono directamente al nervio auditivo.
Tras aquella primera prótesis la ingeniería biónica
experimentó un gran desarrollo. Actualmente su reto es lograr implantes
corticales capaces de descodificar las señales cerebrales y transmitirlas, por
radiofrecuencia, a receptores situados en otras partes del cuerpo o a prótesis
biónicas. Las empresas biotecnológicas que están desarrollando estas nuevas
tecnologías reciben importantes apoyos financieros de los grandes lobbies
económicos. Con la intención de conseguir los permisos necesarios para la
experimentación con humanos alegan que estos implantes cerebrales estarán
destinados al tratamiento de enfermedades neurodegenerativas tales como la
epilepsia, la enfermedad de Parkinson y la enfermedad de Alzheimer, aunque a
nadie se le escapa que puedan utilizarse dichos implantes con fines no tan
humanitarios.
La aplicación de estos implantes cerebrales no
precisará de una costosa tecnología. Bastará inyectar con una jeringa en las
arterias del cuello pequeños microchips para que sean transportados por la
sangre al cerebro. Así, en poco tiempo y con cualquier excusa, gran parte de la
población alojará en su cerebro alguno de estos microchips tan controvertidos.
Gran parte de la tecnología descrita en este relato
no pertenece al mundo de la ciencia ficción sino que ya está disponible en el
mercado. Existen prendas y complementos de vestir inteligentes (wearables) que
monitorizan las constantes vitales y las transmiten por internet a empresas
especializadas para su gestión. En principio, estos datos biológicos están
destinados a mejorar la calidad de vida de sus usuarios pero, lamentablemente,
son utilizados con fines comerciales sin el consentimiento de los implicados.
La novela de Isaac Asimov "El
hombre bicentenario" (The Bicentennial Man) narra la historia de
Andrew, un robot que deseaba transformarse en un ser humano y, para lograrlo,
iba sustituyendo sus componentes mecánicos por otros biológicos. La ingeniería
biónica está recorriendo el mismo camino pero en sentido contrario: sustituye
los órganos enfermos por prótesis mecánicas.
Los robots también pueden influir en
nuestras emociones. En 1999 Sony comercializó Aibo, un perro-robot que
reproducía los movimientos de los perros y la voz humana. Tal fue el grado de
integración de estos perros-robot en las familias que los "acogieron"
que algunas de ellas incluso llegaron a rendirles funerales sintoístas cuando
los robots se estropearon. Como vaticinaba la película "Un amigo para Frank"
(Robot and Frank), llegará un día en el que los seres humanos
recurriremos a amigos-robot para aliviar nuestra soledad.
Las tecnologías informática, mecánica y biológica nos han introducido en una cuarta revolución industrial que ya está cambiando nuestro estilo de vida. La primera revolución industrial se inició con las máquinas de vapor, la segunda con las máquinas eléctricas y los motores de explosión y la tercera, la llamada revolución digital, con la introducción de la informática. Ha sido finalmente internet, el conjunto de redes de comunicación informática conectadas entre sí, el principal desencadenante de la cuarta revolución industrial. Se calcula que en ésta ya ha sido sustituido uno de cada seis trabajadores por un robot y el 45% de los restantes lo será en un futuro próximo.
Es evidente que esta cuarta revolución industrial
también afectará a la osteopatía y los osteópatas tendremos que adaptarnos a la
presencia de robots, cyborgs y prótesis biónicas. Esto nos enfrentará a
cuestiones que no nos habíamos planteado, tales como: ¿qué partes de los
cyborgs debemos tratar como humanas y cuáles como máquinas?, ¿cómo afectan los
dispositivos biónicos al comportamiento y las emociones? Será este el momento
en que cada uno de nosotros deba tomar una decisión sobre si acepta integrar la
tecnología biónica en sus tratamientos osteopáticos o la rechaza. ¿Sabes qué
decisión tomarás tú?
El mundo de Andrew
La acción del presente relato discurre
en el año 2034. Nuestro protagonista, Andrew, es un joven osteópata biónico que
vive en una de las ciudades de la recientemente constituida Confederación, la
unión de ciudades creada durante la cuarta revolución industrial.
Sus padres fueron dos osteópatas
pre-biónicos que escogieron para su hijo el nombre de Andrew en honor a dos
personajes: el Dr. Andrew Still, fundador de la osteopatía, y Andrew, el
hombre-robot de la novela "El hombre del bicentenario" (The
Bicentennial Man).
Como la mayoría de los ciudadanos de la
Confederación, Andrew pertenece a la "generación Z" (los nacidos
entre los años 1995 y 2010), una generación cuyos miembros antes aprendieron a
usar una tablet que a leer.
Las
ciudades de la Confederación están protegidas de la contaminación por grandes
bóvedas transparentes que dejan pasar la luz. En su interior nada se deja al
azar. Hombres y máquinas están conectados entre sí y a la red informática que
controla, en todo momento, el gran ordenador central de la ciudad.
La red de la araña-microchip
No fue necesario que los políticos y dirigentes de
las grandes corporaciones económicas diseñaran una estrategia para hacerse con
el control de la Confederación. Fueron sus propios habitantes los que, ayudados
por la araña-microchip, tejieron la red (net) en la que quedaron
atrapados. Desde principios del siglo XXI ciudadanos de todas las edades y
condiciones se dejaron seducir, voluntariamente, por las maravillosas
tentaciones que les ofrecía la tecnología informática, sin cuestionarse sus
peligros. Wearables y objetos aparentemente tan inocentes como juguetes con
microchips incorporados, se fueron introduciendo en la vida de los ciudadanos
hasta hacerse imprescindibles. El dinero en efectivo y las tarjetas de crédito
desaparecieron y las transacciones económicas pasaron a gestionarse a través de
microchips implantados en el cuerpo. Sin que los ciudadanos fueran conscientes
de ello sus datos, recopilados por las arañas-microchip, fueron remitidos a la
gran red de redes (internet) hasta que, finalmente, el omnipresente y vigilante
"Gran Hermano” de Orwell se hizo con el poder absoluto. Los ciudadanos
habían sido atrapados por aquel “paraíso” virtual tejido por la araña-microchip
y los que osaron rebelarse fueron expulsados de las ciudades de la
Confederación.
La araña-microchip en su red (net)
Para controlar a los habitantes de
aquel mundo virtual la Confederación creó la "Asociación de psiquiatras
biónicos", una especialidad médica surgida de la unión de la psiquiatría,
psicología, neurofisiología e ingeniería informática. Los psiquiatras biónicos
sólo trabajan con máquinas en laboratorios de inteligencia artificial. No
precisan entablar contacto directo con seres humanos ya que, a fin de cuentas,
emociones y demás funciones psíquicas son simples algoritmos matemáticos
reprogramables.
Este paraíso virtual que ofrece la Confederación
abarca todas las horas del día. Por la noche sus ciudadanos duermen tranquilos
gracias al empleo de unos cascos flexibles emisores de campos electromagnéticos
relajantes. Para los psiquiatras biónicos, el cerebro es un pequeño generador
eléctrico constituido por billones de neuronas cuyos impulsos electromagnéticos
se pueden modificar gracias a la acción de los cascos.
Arañas-microchip en los
cascos de estimulación magnética transcraneal
En la Confederación la química de las
drogas psicoactivas ha sido sustituida por la física de las radiaciones
electromagnéticas. Los psiquiatras biónicos no utilizan medicamentos para
tratar la ansiedad y la depresión sino cascos de estimulación electromagnética
que producen la liberación de endorfinas y otros neurotransmisores cerebrales.
Ya no existen drogodependientes pero, por contra, cada día hay más adictos a
las endorfinas cerebrales liberadas por acción de los cascos. Al principio los
cascos se podían adquirir libremente en internet pero, debido a motivos
políticos, actualmente su comercialización es un monopolio controlado por la
Confederación.
Los psiquiatras biónicos prohíben
estimular con los cascos ciertas áreas de la corteza temporal que desencadenan
experiencias espirituales; por ello, quien desea experimentarlas debe recurrir
a los centros ilegales instalados en los arrabales de las ciudades.
El uso de los cascos no está exento de
peligros. Aunque se intenta mantener en secreto, su abuso puede producir
pérdidas de memoria, alucinaciones, reacciones psicóticas y otros trastornos de
la personalidad. Incluso se sospecha que son los responsables del alto índice
de suicidios que se producen en la Confederación.
La osteopatía biónica
La ingeniería biónica produjo cambios importantes en
la medicina practicada en la Confederación. El más llamativo de ellos fue la
incorporación de los ingenieros biónicos en el tratamiento directo de los
pacientes, con las mismas atribuciones que los médicos y osteópatas biónicos.
Tras la fundación de la Confederación, los
osteópatas biónicos tuvieron que adaptarse a las nuevas circunstancias,
abandonando los antiguos principios osteopáticos del Dr. Still. Entre aquellos
primeros osteópatas biónicos destacaba la figura de John Martin, "el
reformador", que elaboró los nuevos principios filosóficos en los que se
basaría la osteopatía biónica y que podemos resumir en tres leyes:
- Ley de la jerarquización corticocéntrica (el
sistema nervioso gobierna todas las funciones corporales). Funcionalmente el cuerpo humano está jerarquizado,
ocupando el cerebro el puesto más alto de la jerarquía.
- Ley del nervio (principio de la bioelectricidad). El cerebro transmite sus órdenes a los tejidos a
través de los nervios en forma de impulsos eléctricos. Cuando un obstáculo
físico impide esta transmisión, los tejidos afectados enferman. Para restaurar
la salud de estos tejidos se deben retirar todos los obstáculos que bloquean la
transmisión nerviosa o, si esto no es posible, crear nuevas vías artificiales
(cables, radiofrecuencia, etc) que restablezcan la transmisión.
- Ley de la auto-reprogramación. Los algoritmos que rigen las funciones neuronales
alteradas se pueden corregir por sí solos (se auto-reprograman). Los
tratamientos osteopáticos supervisan, sin interferir, esta auto-reprogramación
(auto-reprogramación asistida).
Posteriormente William, un compañero de
John Martin, incorporó los principios de la osteopatía biónica a la
"osteopatía cráneo-sacra", fundando la "osteopatía magnética
craneal" (OMC), una especialidad muy valorada en la Confederación por su
eficacia en el tratamiento de las enfermedades producidas por campos
electromagnéticos.
Según los principios de la OMC, los
impulsos eléctricos de las neuronas cerebrales se transmiten por la médula
espinal, en sentido cráneo-sacro, creando campos electromagnéticos. Los
osteópatas magnéticos craneales supervisan, a través de los chips implantados
en sus manos, la circulación de estos impulsos eléctricos, controlando la
intensidad de los campos magnéticos para evitar que supere los niveles
fisiológicos.
Franz Anton Mesmer (A Key to Magic & the Occult
Sciences, E. Sibley, 1800)
Los practicantes de la OMC se
consideran a sí mismos los auténticos osteópatas ya que, como recuerdan con
frecuencia, el Dr. Still antes de crear la osteopatía ejerció como sanador
magnético (magnetic healer) utilizando sus manos para tratar las
alteraciones de los campos magnéticos de los enfermos. Los sanadores magnéticos
seguían las doctrinas enunciadas por el Dr. Franz Anton Mesmer, un médico austriaco
que revolucionó los salones de la nobleza europea con sus tratamientos
magnéticos.
Después de la reforma emprendida por
John Martin y William, la Confederación prohibió definitivamente la práctica de
la antigua osteopatía, pasando ésta a ser practicada únicamente por osteópatas
rebeldes que fueron expulsados de las ciudades.
A pesar de las ventajas que ofrece la
Confederación, Andrew no se sentía satisfecho con su trabajo. Una fuerza
interior le animaba a buscar nuevas formas de tratar a sus pacientes cuando, un
día, en una vieja biblioteca, descubrió un libro del Dr. Still. Impresionado
tras su lectura, Andrew empezó a cuestionarse su trabajo, plasmando sus
inquietudes en un diario. Veamos a continuación lo que escribió una noche del
año 2034.
Diario de Andrew
Anoche dormí muy bien. Preveiendo mi
apretada agenda para el día de hoy, antes de acostarme programé en el casco de
dormir un sueño tranquilo. Ayer asistí a una desagradable reunión en la
Asociación de Osteópatas Biónicos en la que se decidió expulsar de la
Confederación a un compañero que había practicado antiguos tratamientos
osteopáticos prohibidos. Lo compadezco, porque vivir fuera de la Confederación
conlleva la prohibición de utilizar los cascos.
Como cada mañana, tras levantarme, he
comprobado en el panel de control de mi casa que las condiciones ambientales
fueran las más adecuadas para el funcionamiento de los aparatos electrónicos.
Como era de esperar, todo estaba en orden ya que están supervisadas en todo
momento por el Centro de control de la Confederación.
La cúpula que cubre la ciudad nos
protege de la contaminación pero nos impide percibir los cambios de estación.
Sentir los cambios de estación es fundamental para nuestra salud porque
armoniza nuestros ritmos circadianos. Hoy he comprobado en el panel de control
que ya estamos en primavera, pues han programado olor a flores silvestres en el
ambiente. Supongo que así debían oler las flores silvestres antes de
desaparecer de la faz de la Tierra.
En la Clínica Isaac Asimov:
Las arañas-microchip de las
manos
Mi agenda me ha recordado que hoy tenía
concertada una cita en la Clínica Isaac Asimov, el centro de reprogramación de
la Asociación de Osteópatas Biónicos. De nuevo tenía que actualizar el software
de los microchips de mis manos para poder realizar los tratamientos de la
última generación de prótesis biónicas. Cuando ya me había acostumbrado al
software anterior éste ha quedado obsoleto por lo que tienen que
reprogramármelo. Sospecho que aprovechan estas reprogramaciones para comprobar
en los microchips que no practicamos tratamientos prohibidos. Algunos
compañeros han protestado, sin éxito, por este excesivo control. Cuando mi
amigo Harold se jubiló solicitó que le retiraran los microchips de las manos
pues deseaba experimentar de nuevo las sensaciones táctiles naturales. La
experiencia fue tan desagradable que Harold pidió que le fueran implantados de
nuevo. Después de tantos años en su cuerpo, los microchips le eran
imprescindibles para coordinar los movimientos de sus manos. Finalmente Harold
tuvo que reconocer que se había convertido en un cyborg.
En el extrarradio de la ciudad operan
clínicas dirigidas por osteópatas rebeldes que ayudan a liberarse de los
microchips sin sufrir secuelas, pero Harold no quiso acudir a ellas por temor a
ser expulsado de la Confederación.
La Clínica Isaac Asimov está asistida
por robots e imágenes holográficas interactivas. Durante la sesión de
reprogramación he permanecido estirado sobre una camilla portando un casco y
guantes emisores de impulsos electromagnéticos.
Es la
segunda ocasión en un mes que acudo a la Clínica Isaac Asimov. La semana pasada
acudí a reprogramar el software para los tratamientos de desmagnetización de
pacientes. Un error en el software había elevado mi magnetismo corporal
ocasionándome dolor de espalda.
En el centro de
osteopatía biónica:
Finalizada mi sesión de reprogramación,
como cada mañana he acudido al centro de osteopatía biónica en el que trabajo.
Nada más llegar he comprobado que hoy todos los pacientes que atenderé son cyborgs.
Es una lástima, pues también me gusta tratar pacientes sin prótesis biónicas.
Mi primer paciente ha sido un joven con
una lesión en la médula dorsal que paraliza ambas extremidades inferiores. Los
cirujanos biónicos decidieron implantarle microchips en el cerebro y en la
médula (por debajo de la lesión) interconectados entre sí por radiofrecuencia,
de manera que las órdenes motoras cerebrales llegan directamente a las
extremidades evitando la zona lesionada. El paciente está muy preocupado, y con
razón, pues sabe que tarde o temprano los microchips cerebrales afectarán sus
funciones cognitivas. Hasta que no recupere por completo la movilidad de las
piernas necesitará la ayuda de un exoesqueleto. Mi trabajo consiste en supervisar
los movimientos del exoesqueleto para que se asemejen al máximo a los
movimientos naturales.
Araña-microchip en el cerebro
El segundo paciente ha acudido a
nuestro centro para un control post-operatorio de su prótesis ocular biónica y
el modem cortical asociado. Se precisa de cierto tiempo para ajustar el
software de forma que sincronice los movimientos del ojo con los de la cabeza.
A menudo los pacientes sufren dolores musculares cervicales durante este
periodo de adaptación. Otra complicación postoperatoria frecuente son las
alucinaciones visuales debidas a la incapacidad de la corteza cerebral para
distinguir entre las informaciones recibidas desde el modem cortical y las que
el paciente tiene ya archivadas en su memoria.
Esta mañana también he tratado un
paciente que precisaba ajustar el software de los sensores de presión de su
mano biónica. Para que las manos biónicas puedan sujetar un objeto se precisan
sensores de presión de agarre que actúen de forma parecida a los
propiorreceptores de las manos humanas. Estos sensores envían por
radiofrecuencia la información a un modem implantado en la corteza cerebral que
la transmite directamente al área cortical responsable de los movimientos de la
mano. Una vez analizada esta información, también a través del mismo modem
cortical, se envían las órdenes motoras precisas a la prótesis de la mano.
Tal vez el paciente más interesante de esta mañana ha
sido un anciano portador de un antiguo modelo de prótesis biónica de pierna. Lo
que hacía singular a esta prótesis era que sus terminales estaban conectados
directamente a los nervios motores. Actualmente este tipo de prótesis ha
quedado obsoleto ya que las nuevas se comunican directamente con el cerebro por
radiofrecuencia. Por ello, apenas realizamos tratamientos manipulativos
vertebrales que liberen los nervios raquídeos comprimidos. El paciente sufre
una ciatalgia debido a una degeneración artrósica vertebral que comprime uno de
estos nervios raquídeos, por lo que hemos decidido sustituir su prótesis por otra
más moderna y un implante cortical asociado.
Finalmente, el último tratamiento del
día ha sido el más energético. El paciente es un informático que trabaja en el
Centro de Control de la Confederación. Sin duda alguna es el lugar con mayor
concentración de campos magnéticos de la ciudad. Sus trabajadores visten
prendas elaboradas con fibras metálicas que los aíslan de las radiaciones
exteriores pero que, como contrapartida, impiden la eliminación de las
radiaciones naturales producidas por su propio cuerpo. Normalmente estas
radiaciones de origen humano son poco intensas, no teniendo consecuencias sobre
la salud pero si se acumulan pueden producir enfermedades.
Para desmagnetizar a este paciente he
posado mis manos sobre su cuerpo, tal como hacían los antiguos magnetic
healer (sanadores magnéticos) y, gracias a los sensores de los microchips
de mis manos, he localizado las zonas con más carga electromagnética. Después
de mantenerlas un tiempo sobre una zona, las he introducido en un aparato
diseñado para descargar la energía acumulada en los microchips de las manos y,
de nuevo, las he vuelto a posar sobre el paciente para tratar otra zona
magnetizada.
Magnetic
healer (sanador magnético)
Epílogo
Como cada noche, tras escribir sus reflexiones en el
diario Andrew se retira fatigado a su habitación. A lo largo del día ha
esperado impaciente este momento para poder gozar de la felicidad que le ofrece
su casco de dormir.
Los campos electromagnéticos que le rodean han
sobrecargado su cuerpo de electricidad estática, afectando su estado de ánimo.
Hoy ha sido un día especialmente conflictivo. Por la mañana ha mantenido una
fuerte discusión con un ingeniero biónico que trata a los pacientes como si
fueran simples máquinas. Andrew ha intentado convencerle, sin éxito, de que los
factores afectivos afectan el rendimiento de las prótesis biónicas.
Pero ésta
no es la única preocupación de Andrew. En lo más profundo de su mente, en un
lugar inaccesible al control de los cascos, mantiene viva su admiración hacia
la antigua osteopatía de los pioneros que practicaron sus padres. Intuye que en
ella podría encontrar la respuesta a muchas de sus inquietudes. Pero teme que,
si fuera descubierto, sería expulsado de la Confederación y, sobre todo,
privado del placer que le proporcionan los cascos. Por este motivo, y como cada
noche, antes de colocarse el casco sobre su cabeza se dice a sí mismo: todavía
no ha llegado el momento, todavía no.
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