METANOIA nº 37. Palma de Mallorca. Mayo 2002, página 7.
Antonio Ruiz de Azúa Mercadal
El ser humano es materia y
espíritu, y como tal tiene que ser tratado cuando enferma.
Define
George Vithoulkas ("Las leyes y principios de la homeopatía en su
aplicación práctica". Ed. Paidós) la salud como "la carencia
de dolor en el organismo físico, tras conseguir un estado de bienestar; la
ausencia de pasión en el nivel emocional, que tiene como consecuencia un estado
dinámico de serenidad y calma; y la falta de egoísmo en la esfera mental, que
desemboca en la unificación total con la Verdad".
Es pues fundamental tratar de forma
holística al ser humano es decir, en sus cuatro niveles: espiritual, mental,
emocional y físico. Si abandonamos esta idea de globalidad fracasaremos en el
intento de retornar al individuo al estado de salud.
Hay estímulos o acontecimientos de nuestra vida que recibimos
y grabamos en forma de huella con memoria. Todos tenemos memorias fruto de
nuestra vida; es nuestro patrimonio, el cuaderno de bitácora de nuestro navegar
vital. El trauma puede afectar al individuo en cualquiera de los cuatro niveles
citados, dejando su huella. La no integración de esa huella en todo el ser
conduce a la enfermedad. La ignorancia y el olvido del trauma es enfermedad,
mientras que la conciencia y la memoria del mismo es curación.
Para el médico que trabaja de forma
holística es fundamental la presencia consciente, abrir sus canales de
percepción para comprender al ser enfermo y a partir de ahí encontrar el
remedio que actúe sobre las alteraciones existentes en los cuatro niveles
(físico, emocional, mental y espiritual). Para ello tiene que producirse una
empatía, un flujo de energía bidireccional, una comunicación entre médico y
paciente.
Es tarea del médico
ayudar, acompañar al paciente en su proceso de autoconciencia, de curación. Se
respeta y se acompaña. El acompañar y el "estar" (presencia) es la
más sublime de las medicinas vibracionales.
Escribió Still, padre de la
osteopatía:
"Oh mi Dios, me arrodillo ante Ti, el Gran Médico, toda gracia y todo don perfecto vienen de Ti.
Te suplico, proporciona a mis manos la habilidad, a mi Espíritu la clara visión y a mi corazón la bondad y la compasión.
Proporcióname una intención justa, la fuerza para aliviar al menos una
parte del fardo y del sufrimiento
de mi prójimo y una verdadera
comprensión del privilegio que se me ha dado.
Elimina de mi corazón todo artificio y toda atadura a este mundo, a fin que con la fe sincera de un niño pueda integrarme en Ti.
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